LAS DURMIENTES



Intervención artística en el espacio público
Redondel del barrio La Floresta
Artista invitada para el evento ↳ "Encuentros Parejos"
Quito, 2016
Fotografía: Quarzo films


Encuentros Parejos es una propuesta en la que el arte se convierte en un instrumento detonador de diálogos e intercambios de experiencias, saberes, historias en espacios urbanos, todo esto como base de la creación artística. La dirección de este evento estuvo a cargo del artista Edison Vaca y contó con el apoyo del Ministerio de Cultura del Ecuador y el Fondo de Cultura Económica así como de varios espacios culturales independientes de la ciudad.
Para esta invitación trabajé con doña Marielena Minda, una mujer de profesión modista quien ha habitado el barrio La Floresta toda su vida y con quien organizamos un taller de costura diseñado específicamente para este encuentro y en el que ella compartiría las bases de su profesión...sin embargo mi sensibilidad se agudizó no sólo con la información técnica que ella compartió sino con las memorias de su niñez que naturalmente le brotaban como cosiéndolas con cada puntada de máquina que ella iba dando. 


De esta manera para hacer honor a una de sus memorias y basándome en la descripción que ella hizo del sector que hoy se conoce como "el redondel de La Floresta" en el que ella jugando con otras niñas había recogido unas flores que la habían "hecho volar", construí un cuento e intervine el lugar entregándolo como una ofrenda durante el Día de Difuntos. 
Una transformación interesante de esta propuesta es que el objeto base de la intervención se convirtió en un punto de referencia del lugar siendo usado por una variedad de habitantes del sector quienes además se han apropiado del mismo hasta el punto de que cuando este necesitaba mantenimiento por el uso fue reemplazado por uno nuevo que sigue funcionando hasta la fecha. 




Las Durmientes 
A doña Marielena

De una botella nos llegó la historia. Claro, una como esas que llegan, sobreviven y cuentan hazañas de náufragos y luchas marinas, pero que en esta ocasión nos llegaba desbordando el paisaje ceniza de un verano salvaje trayéndonos en sus olas esta memoria inscrita en obrajes. Era la historia, aunque tan solo una esquina, del mito de las Flores Durmientes. Resulta que las Durmientes habían tejido sus hilos de savia subterránea como guardando un gran secreto, dejando inexplicablemente la punta de sus ovillos lista para ser desenhebrada como si quisieran que alguien las desnude de sus capas grises algo amarillentas que les pesaban ya siglos. Capas que eran pieles y arrugas terrestres cubrían el espacio sobre el que éstas se asentaban a dormir hasta que un día los críos de los recién llegados -pobladores como otros tantos que a lomo de un apenas inaugurado tren cosían rieles desde el norte para asentarse sobre aquella, hasta ese momento la última piel de tierra donde decidieron anudar y anidar- las despertaron.

"Fue una mala coincidencia", exclamaron las voces adultas. "Ellas nos llamaron", aclamaron las niñas. Lo cierto es que cuando una de las pequeñas había entendido que leyendo las huellas, como quien lee braille, que había ido dejando tan raro y fosforescente bicho encontraría el brillo final de ese hilo coagulado por siglos de lava andina; entonces simplemente se dejó llevar descifrando así la punta del ovillo. 

Hubo quien dijo que después de esto la niña se desmayó; otros, que habló en lenguas; otros, que hacía como si volase. Al final, cuando ella logró abrir los ojos y mientras dibujaba sobre su libro de cuentos una estrella de tela aromada y con color tan caprichoso que ningún diccionario nunca entendió, se escuchó por ahí una voz gorda que comentó: "Bah! Esto es sólo un juego de niños".

Resulta que los runas de la piel anterior conocían muy bien a las Durmientes, de hecho las recogían para llevarlas al caserío del Guápulo.